El filósofo cubano Don José de la Luz y Caballero escribió: «A la vejez le gusta contar la historia; a la niñez le gusta oír la historia; y a la juventud le gusta hacer la historia». Este breve pensamiento encierra una gran verdad acerca del comportamiento de la sociedad que los sociólogos, por años, han tratado de explicar asociándolo con los cambios generacionales.
No hay que indagar mucho para darse cuenta de que los gustos y las preferencias cambian con las edades y las épocas. Tal vez fuera bueno que hiciéramos un análisis profundo de nuestra situación particular, antes de lanzarnos a hacer lo que otros hacen, ya que lo que funciona en un lugar, no siempre funciona en otros; y es que hay muchos factores que influyen y algunos de ellos no son fácilmente perceptibles. Pero a la misma vez, y aunque parezca una contradicción, no debemos aferrarnos a los modelos conocidos porque nos hagan sentir más confortables negándonos a actualizar las actitudes caducas, una cosa es imitar y otra muy diferente es explorar.
En el ámbito eclesiástico, cuando pienso en este tema siempre viene a mi mente Hebreos 13:8 «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Yo considero que esto está bien claro para todo el mundo: ¡El contenido no ha cambiado, ni cambiará! ¡El mensaje es el mismo! Entonces se trata del contenedor, es decir, del envase lo que ha cambiado con el tiempo. Y esto, en cierta forma es desconcertante. Por ejemplo, cuando vamos a comprar un pomo de perfume, olemos su fragancia, no nos ponemos a buscar el frasco más bonito y atractivo para tomar una decisión sobre cuál perfume compramos.
Aunque ese es un ejemplo extremo, me parece que hacemos lo mismo cuando perdemos tiempo discutiendo si es apropiado que el coro cante con uniforme o en ropas de calle, si usamos orquesta o solo piano, si usamos el himnario o no; y la lista de asuntos sigue casi hasta el infinito. Aunque los problemas en la iglesia de Corinto eran otros, que también hoy están presentes en muchos lugares, el procedimiento que usaban, al parecer era el mismo. Los seres humanos tenemos la mala costumbre de criticar y en ocasiones atacar lo que no nos gusta, aunque seamos la minoría. Cuando se trata de la iglesia, deberíamos antes de expresar una crítica, orar y meditar por si tal vez, nosotros fuéramos los que estamos mal y el resto es el que está bien.
Cuando elevamos un cántico de alabanza, muy adentro de nosotros, ¿qué estamos buscando? ¿Queremos verdaderamente adorar a Dios o estamos tratando de mostrarle a otros, lo bien que cantamos? ¿Estamos alzando nuestra voz con reverencia y respeto ante el trono de Dios, o estamos tratando de crear una obra maestra para compartirla en Facebook? Y cuando ponemos algo en el internet, ¿estamos tratando de que ese mensaje llegue a algunos que no conocen al Señor, o queremos que otros vean lo bien que hacemos las cosas? La lista de asuntos triviales es muy larga para continuar hablando de este asunto.
Vivimos en un mundo herido por el pecado. Somos parte de una sociedad que trata de buscar respuestas a los cambios y procesos que se van de su control. Cada día hay personas que recurren a cualquier falsedad a su alcance, a fin de perjudicar a alguien con quien no simpatizan o están de acuerdo. Es como si la corriente de un río que se desbordara sin control, comenzara a anegar todo lo que estuviera a su alrededor. Tristemente, esas aguas turbulentas en ocasiones afectan a alguna gente en nuestras iglesias que se dejan llevar por la corriente.
Hay mucha oscuridad a nuestro alrededor, y nosotros estamos llamados a ser luces que ayuden a disipar esas tinieblas, por lo que no debemos enredarnos en discusiones vanas; pero a la vez, no podemos hacer concesiones con nuestros principios y creencias. Sí, la Biblia no es un libro antiguo pasado de moda, y cualquier intento de sustituir su lectura y estudio con historias y anécdotas jocosas, a la larga traerán un resultado no esperado y muy desagradable. Tenemos que socializar, pero no somos una sociedad privada. Cuando nos reunimos como iglesia, debemos tener muy presente que somos algo tan preciado por nuestro Salvador que se nos compara con una novia. Y si cada uno de nosotros hacemos un pequeño esfuerzo, la imagen que el mundo va a tener de nosotros va a ser tan poderosa como la que proyectaban los cristianos del primer siglo.