Qué hermoso es comenzar y terminar el año con alabanza y adoración a nuestro Rey de reyes. Este tiempo nos invita a reflexionar sobre Su fidelidad, Su promesa de restauración, y la libertad que nos da en medio de cualquier circunstancia.
El Salmo 126 nos recuerda que «cuando el Señor hiciere volver la cautividad, seremos como los que sueñan». Esto nos llena de esperanza porque, aunque el año haya tenido momentos tensos, confiamos en que Dios transforma lo imposible. Él llena nuestras vidas de gozo y alabanza, siendo exaltado en nuestras palabras y acciones. En todo momento, nuestra alabanza es un testimonio de Su grandeza y poder.
En Juan 17-20-21, Jesús intercede por nosotros, orando por la unidad de Su Iglesia. Esa unidad, reflejo de la perfecta comunión entre el Padre y el Hijo, nos llama a vivir en armonía, superando nuestras diferencias para enfocarnos en Su amor y en Su propósito. No es una uniformidad, sino una invitación a ser un solo cuerpo en Cristo, mostrando al mundo el poder transformador de Su amor.
Esta unidad es un desafío y, al mismo tiempo, una bendición. Nos invita a dejar de lado divisiones culturales, personales y sociales para abrazar nuestra identidad como familia espiritual. Al caminar juntos en unidad y adoración, somos el testimonio vivo de que Dios envió a Su Hijo para redimir al mundo.
Al cerrar este año y abrir el próximo, que nuestras vidas sean como incienso agradable a Dios. Mantengamos nuestra adoración constante, agradeciendo por Su paz, Su gozo y Su fidelidad. Que nuestra alabanza y nuestra unidad glorifiquen al Señor y muestren al mundo que Su amor es la respuesta para todo. ¡A Él sea la gloria por Siempre. PAZ !!