
La adoración ungida puede desatar el fluir del don profético en un grupo de creyentes. Un ambiente donde la presencia de Dios ha sido puesta en manifestación por medio de la adoración hace posible que los creyentes reciban inteligencia específica sobre los propósitos divinos en un momento dado de la historia de una comunidad.
Esto permitirá recibir revelación y estrategia para la conquista de la tierra.
Los esfuerzos por evangelizar una comunidad y promover el desarrollo de una iglesia siempre marchan con mucho más efectividad cuando fluyen conforme a las directrices específicas del Espíritu Santo.
Mucho del fracaso de la Iglesia en establecer el Reino de Dios en nuestras ciudades se debe, precisamente, a su incapacidad para proveer el ambiente espiritual necesario a fin de que se manifieste libremente la energía del Espíritu que trae revelación, poder, estrategia y denuedo al pueblo de Dios.
En Hechos 13 vemos cómo, en un tiempo de ayuno y adoración al Señor, viene la palabra profética y se inicia el movimiento misionero más poderoso de toda la historia:
1 Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo.
2 Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
3 Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.
Nos podemos imaginar cómo habrá sido esa modesta sesión de alabanza e intercesión llevada a cabo por estos ungidos siervos de Dios. ¡Quizás al convocarla jamás se imaginaron los resultados históricos que tendría! Lo cierto es que al fluir la oración en el poder del Espíritu, y mientras estos ungidos siervos de Dios exaltaban al Señor y proclamaban su señorío, sucedió algo probablemente inesperado: el Espíritu Santo tomó control de la reunión y emitió instrucciones específicas a su Iglesia que tendrían repercusiones inimaginables en ese momento.
La obediencia de ese pequeño grupo de adoradores e intercesores al mover del Espíritu Santo dio lugar a un evento de profunda resonancia. Esa revelación surgida de un tiempo de ministración al Señor permitió que los planes misioneros de la Iglesia Primitiva entraran en una etapa de aceleramiento y mayor eficacia.
El ministerio misionero del que llegaría a ser el gran apóstol Pablo fue iniciado en esa humilde sesión de alabanza y oración. El esparcimiento del evangelio por todo el mundo greco-romano recibió su lanzamiento en ese lugar que parecía muy poco prometedor. Así, cuando una Iglesia regional aprende a moverse libremente en el fluir de los dones facilitados por la adoración, se aprovechan mucho más sus energías y esfuerzos. El poder de Dios fluye con libertad, y los creyentes reciben poder y autoridad para abrir y cerrar, para derribar y edificar en el mundo del Espíritu.