En la Parábola del Buen Samaritano, un hombre fue asaltado por ladrones que lo dejaron medio muerto. Más tarde, por el mismo camino pasó un sacerdote que lo vio, pero siguió de largo. Luego pasó un levita y también siguió de largo. Después pasó un hombre samaritano quien lo vio y sintió profunda compasión. Se acercó, vendó sus heridas y lo llevó a un lugar seguro donde pudieran atenderle. Los dos primeros viajeros, el sacerdote y el levita, mostraron su inhumanidad a fin de mantener su pureza religiosa al no tocar a un hombre sangrante. El samaritano fue un ejemplo de bondad aun a riesgo de contaminarse. Si se hace el ejercicio de escuchar la parábola desde el punto de vista religioso, el sacerdote y el levita hicieron lo que debían al seguir de largo para evitar impurificarse. Ellos conservaron su pureza ritual intacta, pero dejaron al hombre sin auxilio. Por el contrario, el samaritano hizo lo que un pecador haría: contaminarse. Al final de la parábola la enseñanza es que el hombre que se contaminó resultó ser el prójimo del hombre en necesidad.
Es muy cómodo profesar fe en Dios mientras uno se mantiene a distancia segura, pasando de largo frente a las demandas de justicia y compasión que se encuentran en el camino. Es cómodo interesarse solo en cantar bien las alabanzas, orar con devoción y mantenerse nada preocupado por el mal que ronda los caminos. Pero el actuar conforme al ejemplo del hombre samaritano puede poner en aprietos a cualquiera. El acercarse hace que las personas se vuelvan impuras. Quienes estén dispuestos a ver los problemas de frente y vendar y curar las heridas se juegan su buen nombre por ayudar a los necesitados. El tomar partido por los últimos exige mancharse, arriesgarse a perder la aceptación popular, ser denostado en las redes del aparato publicitario del poder y a que el nombre entre a formar parte del fichero policial.
Mientras el mundo va engañando y siendo engañado, muchos asumen el riesgo de acercarse al sufrimiento y decir la verdad en contra de bandidos, sacerdotes y levitas. Se inculpan a sí mismos negándose a sumarse a los irresponsables que siguen de largo fingiendo no ver a los medios muertos que el mal deja agonizantes a orilla del camino. En un tiempo en el que actos tan cotidianos como señalar el fraude se criminalizan los que se preocupan por su reputación humana siempre darán un rodeo para alejarse de los maltratados. Pero los que desean hacer la voluntad de Dios se acercarán a los heridos para complicarse la vida y para quedar definitivamente impuros. En este andar solo se puede viajar en dos direcciones, contra los otros o hacia ellos. Si no hay un caminar decidido hacia las víctimas, sin quererlo y quizá sin darse cuenta, se terminará al lado de los victimarios.
Dios no espera que al final de la vida sus hijos terminen nítidos y perfumados. La idea es terminar como su Hijo: vilipendiado, torturado y despreciado. Él es el modelo del siervo de Dios y quienes pretenden imitarle no pueden terminar de otra manera. El compromiso con la verdad y la justicia se encuentra por arriba del temor a sufrir de la mala prensa. No hay que temer a contaminarse ceremonialmente si al final terminaremos haciendo lo que Dios espera. Que Dios nos libre del aplauso del mundo y vayamos y manchemos nuestras manos, hay muchas víctimas que ayudar.