Aunque cada familia tiene una dinámica distinta, en la mayoría de los casos, la relación familiar ha sido siempre bastante disfuncional entre padres e hijos; en el pasado, las convenciones culturales hacían al padre de familia bastante lejano al núcleo familiar, ya fuere, por la necesidad de salir a trabajar o porque la casa era cuestión de mujeres, el padre tenía muy poca relación con los suyos.
Una tarea aceptable era la de corregir y disciplinar, haciéndose temido y alejadoa los hijos, quienes por respeto lo reverenciaban, pero no lo amaban; la madre aunque tenía una relación más directa con la prole, debido a las tareas domésticas, no lograba una relación de calidad.
Debido a esto, después de las dos guerras mundiales, en la década de los sesenta y setenta, surgió un movimiento de protesta, los llamados hippies, quienes proponían paz y amor, aunque esto solo los condujo a excesos como el uso de drogas y libertinaje sexual.
Las generaciones posteriores dieron lugar a un cambio de mentalidad, ya que el desarrollo económico, la relajación moral y la modernidad dictada por occidente, produjo una mayor libertad e individualidad, por no llamarle egolatría.
Desde los inicios del siglo XXI, la familia prácticamente se convirtió en una institución obsoleta, dando lugar a lo que se conoce como la familia moderna, en la que se acepta, casi cualquier descripción de esta; padres ausentes aunque presentes, dobles padres, dobles madres, hijos indolentes con padres renuentes, etc.
Ya la familia no es familia, es solamente un espejismo que la sociedad está destruyendo con el paso del tiempo, muestra de esto, es que en Latinoamérica, tenemos según la OMS y OPS, un aproximado de 72 millones de familias disfuncionales, en las que padre o madre no están, o están pero son violentos, indiferentes a los hijos, etc.; por eso, ahora más que nunca, nos resuenan las palabras del profeta Malaquías, cuando dijo: “Acordaos de la ley de mi siervo Moisés, de los estatutos y las ordenanzas que yo le ordené en Horeb para todo Israel. He aquí, yo os envío al profeta Elías antes que venga el día del Señor, día grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que venga yo y hiera la tierra con maldición” (Malaquías 4:4-6).
El evangelio de Lucas nos dice que Jesús, relató una alegoría en relación con un hombre que tenía dos hijos. El menor pidió que se le diera la parte de la hacienda o herencia que le correspondía, poco tiempo después, partió a un país lejano donde malgastó su fortuna viviendo perdidamente y en libertinaje. Cuando lo había gastado todo, vino una gran hambre a aquel lugar y comenzó a pasar gran necesidad, esto por supuesto lo llevó de mal en peor, hasta que llegó a ocuparse de apacentar cerdos.
Cuenta la parábola que aquel joven tenía tanta hambre, que deseaba llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos.
Viéndose en esa condición tan terrible, en un instante, volvió en sí y dijo: ¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti;ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores. Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó.Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: Pronto; traed la mejor ropa y vestidlo y poned un anillo en su mano y sandalias en los pies; y traed el becerro engordado, matadlo y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse (Lucas Cap. 15).
Con este ejemplo, el Señor Jesús nos muestra la importancia de volvernos a la familia establecida y al Padre que nos formó (Jeremías 1:5) y nos dice a cada uno de nosotros, que podemos acercarnos confiadamente, sabiendo que Él no nos va a rechazar, pues el sacrificio de la cruz quitó el pecado que nos separaba (Romanos 3:23; 6:23), ahora nos podemos presentar ante Dios como hijos, si recibimos y creemos en su Hijo Amado Jesucristo (Juan 1:11-13).
Esto también es un llamado a la reflexión en cuanto a nuestra relación con nuestros hijos, dado que en nuestra vida, tal vez hemos ocasionado un distanciamiento entre nosotros y ellos, por lo que a manera de nuestro Padre Celestial, mediemos para que nuestra relación se encamine a la unidad del núcleo familiar y no a la destrucción, ya que la Escritura nos aconseja diciendo: …Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, se derrumba (El hogar desunido colapsará) (Lucas 11:17 AMP).
El pródigo pensó regresar a su padre y tomó el camino de regreso; uno de los discípulos llamado Tomás dijo a Jesús: Señor, si no sabemos adónde vas ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí (Juan 14:5-6); a diferencia del joven que malgastó su herencia viviendo perdidamente, Jesús el Hijo de Dios, vino a está tierra con el fin de redimirnos, darnos ese momento de lucidez y mostrarnos el camino de regreso al Padre de nuestras almas, como dice la Escritura: Cristo hizo suyos nuestros pecados y por eso murió en la cruz. Lo hizo para que nosotros dejemos por completo de hacer el mal y vivamos haciendo el bien. Cristo fue herido para que ustedes fueran sanados. Porque erais como ovejas descarriadas; mas ahora habéis vuelto al Padre y Obispo de vuestras almas (1 Pedro 2:24,25 TLA, SRV).
Dios dispuso encontrarse con nosotros y envió a su Hijo para abrir un camino de regreso al Padre, aunque ese camino no será fácil, debemos saber que para los que aman a Dios y son llamados conforme a su propósito, todas las cosas cooperan para bien, porque fueron conocidos de antemano, fueron predestinados a ser hechos conforme la imagen de su Hijo, pues Él es el primogénito entre muchos hermanos, a los que el Padre predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos también justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó (Romanos 8:28-30).
Hay personas que dicen, yo me encontré con el Señor, pero realmente la expresión debería ser, el Señor me encontró a mí, es decir, el deseo de buscar a Dios no viene de nosotros, sino es porque Dios ha puesto el querer como el hacer en nuestro corazón; ya que toda la humanidad se ha creído sabia en su propio entendimiento, fue entenebrecido su razonamiento y corazón, teniendo ojos no ven, teniendo oídos no entienden.
Dios habló por mucho tiempo y de muchas maneras a los padres por medio de los profetas, pero ellos no entendieron su mensaje, el Padre dijo: ¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré. He aquí, en las palmas de mis manos, te he grabado; tus muros están constantemente delante de mí.
Tus edificadores se apresuran; tus destructores y tus devastadores se alejarán de ti (Isaías 49:15-17). El padre no es un Dios lejano como nos lo han pintado, no es un viejito cascarrabias, no es un azotador de los que le buscan; mas bien, es un Padre Santo, al que solamente podremos ver si estamos en santidad (Hebreos 12:14,15), es un Padre que ama y quiere lo mejor para sus hijos (Jeremías 29:11), si, nos corrige, pero no con el hecho de destruirnos, sino por amor, porque el padre que no corrige a sus hijos los odia (Proverbios 13:24).
Por lo tanto, acerquémonos a aquel, que con tanto esmero ha buscado encontrarse con nosotros los hijos pródigos y reconozcámosle como nuestro verdadero Padre, por eso como dice la Biblia: Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne, porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (Romanos 8:12-15).
Dios te bendiga hoy y siempre