El encabezado de la reflexión, encierra a familias con valores y principios invertidos en sus estilos de convivencias. El apego al dinero, contamina cualquier núcleo familiar que asuma la codicia, como eje de sostenimiento a la consanguinidad.
Dicha relación, ve destruirse al tener más dinero, crear influencia y dependencia con los integrantes, según lo deseado por el dueño del capital (se hace lo que ordena). Cualquier familia construida en base disfrazada, más temprano que tarde, pasará la amarga experiencia del desvanecimiento El interés económico, motiva la pobreza afectiva y arruina el lazo de amor que debe ser vinculante. Abrazados al dinero y distanciados en el amor, colman de infelicidad al generar vacíos emocionales y afectivos. El dinero y el amor, siempre andan por caminos opuestos. A Dios, ser puesto de lado, nubla el panorama a seguir adelante. El debilitamiento familiar termina destruido por falta de amor, sinceridad, fidelidad, respeto y admiración.
Cuando por ley de vida, fallece el “jerarca”, entonces, los herederos sufren terribles decepciones, rivalidades, enemistades y divisiones. Acciones desenfrenadas, producto de ausencias de amor, entrega y solidaridad, acaban los momentos que servían para falsos abrazos.
Son muchas las familias que sufren estas consecuencias y sus descendientes, se convierten víctimas de los propulsores y dueños de capitales. El dinero muchas veces lleva a desintegrar la unidad familiar. El abrazo caluroso, el beso sincero y el apoyo oportuno, hoy son escasos y mañana serán grandes detonantes.
Padres ricos y familiares pobres, es el balance de relaciones familiares equivocadas y desequilibradas socialmente.
La verdad, Dios proteja a esos hijos de tan absurdas experiencias.
BENDICIONES 🙏.