El acrópolis del pensar humano es el lugar más alto de la reflexión del ser, toda vez que ante el desvarío de un no pensar, se decline la razón al primitivo sentido de saberse únicamente instinto. Suprema, es entonces la razón, diosa de la moderna manera de tenerse libre de los rudimentos de una tradición, que aunque perecedera, es eterna en los rasgos históricos de una humanidad, que no ha sabido mostrar otra indumentaria que aquella que les deja desnuda ante la simplicidad tenida; divorciado de la razón misma y asido así lo irracional y lo simple que rosa a la necedad, una vez carece de saber ha de mostrarse también carente de ser, por cuanto no piensa tampoco existe y despojada luego de existencia le resulta cuesta arriba concebir la idea de dejar existir al otro o la otra, tan sólo por temor de quienes una vez existiendo tengan tal vez la posibilidad de pensar como los demás seres humanos, normados por la objetividad y complejidad de todos, logrando la superioridad del ser.
Movidos entonces de una reflexión colectiva que orienta a lo social, se incuban en la individualidad de un pensar diferente, y divorciados del cuerpo de razón que le identificaría con el todo de quienes en identidad son espíritu, alma y cuerpo, se encuentran hoy como miembros separados, y cada uno separado así, de sí mismo, cultivando de ese modo un anquilosado y frío pensamiento que roto de todo calor humano dan al traste con un cada vez más alto grado de la no reflexión, una vez que pretendiendo promover supuestamente defensa por la vida de la mujer, ya distorsionados/as, promueven también la muerte de las miles de mujeres que de no ser abortadas pudieran nacer de manera normal y saludable. Torcido accionar de quienes han renunciado a ser parte de nosotros se constituyen hoy asimismo en los otros. Tras la excusa de pretender salvar vida, promueven la muerte del otro y de la otra.
Quienes cada vez más lejos del sentido de identidad de una dominicanidad que tiene como principal sello de identidad la Biblia, y de las palabras sacrosantas de un juramento patrístico, que aunque impresa en la hondura y lozanía del tiempo, cubre todavía el solio de todo lo sagrado de un pueblo que en su manera de vivir es pro vida y en su morir muere para dar vida al otro o la otra, acto que aunque le es propio es ante todo patrimonio de la divinidad, quien supo morir en la cruz para dar vida a todos y quien nos invita a seguirle cuando nos dice: ¨el que quiera venir en pos de mi niéguese asimismo tome cada día su cruz y sígame¨; valor que lejos de todo protagonismo donde el yo egoísta propio de una cultura insípida se distancia toda vez del gesto de abnegación y filantropismo de quienes un día lo dieron todo por amor a nosotros, una generación de verdaderos padres que dieron su vida con el único interés de sabernos libres, felices y tranquilos, condiciones que solamente se pueden dar una vez que se nace, cual trigo que cayendo en buena tierra produce al ciento por uno, para llenar una nación de hombres y mujeres de bien y permanecer siendo siempre lo que en esencia fuimos, quisqueyanos.
Pero no he de extrañarse que hoy otro sea el centro de interés y que en este ímpetus de decidir el no vivir del otro y de la otra, se haga evidente que, ignoran la manera de separar el trigo de la cizaña de un cultivado campo en donde el malo en su inoportuna oscuridad aprovecha para sembrar malas semillas. Una extraña manera de pensar, que emana de vientos que vienen de lo foráneo de una transculturización que estancia hoy en nuestros lares procedente de otros lugares, incentivada por fuerzas extrañas que promueven el más inclemente sentido de anti patriotismo al pretender cual faraón, dar muerte a quienes por nacer de hijos y como hijos de esta patria y que aunando fuerzas con quienes promueven siempre el interés de fortalecer aún más allá de lo que en derecho les concierne a los hijos de otras partes que hoy viven aquí.
Aquéllos a quienes nos referimos, son verdaderos orcopolitas enemigos que financian desde fuera cada día el no nacer de los hijos/as de la patria de Duarte, Sánchez y Mella y Luperón; que es lo mismo cuando pretenden desde dentro y cuando en su interés se esfuerzan a lo sumo en hacerlos morir desde el vientre, una discreta pero temprana manera, antes de que nazcan, antes de que crezcan, antes de que en su pecho arda esa llama de morir por ella (la patria). Como diría el poeta “Por verla libre, mil veces morirían por ella”…