
Quizás parte de la fragmentación que observamos en el evangelicalismo sea inevitable, pero cabe preguntarse si una razón por la que está persiste es que confundimos los distintos tipos de división existentes. Algunas rupturas nacen de convicciones diferentes sobre filosofía ministerial. Otras son fruto de ceder en algunos principios teológicos. No pocas obedecen a la ambición personal. Finalmente, están los roces de temperamento: personalidades conflictivas que desembocan en disputas que se salen de control.
Estoy convencido de que uno de los factores que agravan la fragmentación actual en las iglesias son aquellas personas que, involuntariamente (o, en algunos casos, de forma deliberada), tergiversan la naturaleza de algún desacuerdo. Así, una diferencia en la filosofía ministerial se enmarca como si fuera un abandono de la fe; una diferencia de temperamento lleva a acusaciones de manipulación del ministerio para beneficio propio. ¿El resultado? Confusión, cinismo y difamación.
El Nuevo Testamento expone varias causas de división en el pueblo de Dios. Es fundamental que aprendamos a reconocer estas distinciones para poder ser claros en nuestros análisis y caritativos en nuestros juicios. A continuación, describo cuatro maneras en que se manifiesta la división, junto con los peligros que surgen cuando somos capaces de distinguirlas.
1. Conflicto personal
El llamado de Pablo a Evodia y a Síntique en Filipenses 4:2-3 es sencillo:
Ruego a Evodia y Ruego a Síntique que vivan en armonía en el Señor. En verdad, fiel compañero, también te ruego que ayudes a estas mujeres que han compartido mis luchas en la causa del evangelio.
Nota que Pablo no toma partido en la disputa entre estas mujeres. Quizás tenía una opinión al respecto, pero claramente veía la división en sí misma como un problema mayor que aquello sobre lo que estaban en desacuerdo. Aquí estaban dos siervas de Cristo que habían trabajado juntas por el evangelio, pero su conflicto había crecido tanto que amenazaba la unidad de la congregación.
El libro When Christians Disagree [Cuando los cristianos no están de acuerdo] de Tim Cooper relata las diferencias temperamentales que enfrentaron a los escritores puritanos John Owen y Richard Baxter. Estas divisiones no estuvieron fundamentadas principalmente en desacuerdos doctrinales centrales, sino en fricciones personales. He visto muchos ejemplos de esto: personas que deberían estar en la misma página pero que, debido a personalidades incompatibles, estilos de liderazgo o egos heridos, ven sus desacuerdos amplificados por la animosidad personal.
2. Ruptura por estrategia
Pocos momentos en Hechos son tan conmovedores como la separación entre Pablo y Bernabé (Hch 15:36-41). Estos gigantes del evangelio habían viajado juntos, sufrido juntos y visto a Dios obrar de manera extraordinaria. Pero su desacuerdo sobre si llevar a Juan Marcos en otro viaje se volvió tan agudo que tomaron caminos distintos.
En una era de debilitamiento doctrinal generalizado, no debería sorprendernos ver a algunos que vacilan en asuntos esenciales o abandonan la fe por completo
Lo más probable es que esta separación no comenzara como algo personal. Tampoco se trataba de teología. Eran hombres fieles que buscaban difundir el evangelio, pero con convicciones diferentes sobre la estrategia ministerial. Chocaron por un asunto de prudencia.
¿La buena noticia? Dios usó a ambos hombres después de que se separaron. El evangelio incluso pudo haberse extendido más rápido debido a la ruptura. Pablo luego elogiaría a Marcos (2 Ti 4:11), lo que sugiere que el tiempo suavizó su postura.
Aun así, la separación de Pablo y Bernabé se convierte en el caso clásico de hermanos en Cristo que, aunque están de acuerdo en tantas cosas, no pueden trabajar juntos debido a diferencias en la perspectiva estratégica. Incluso hoy, ya sea en modelos de plantación de iglesias, estrategias evangelísticas, postura política o debates sobre la interacción cultural, los líderes piadosos todavía discrepan a veces sobre lo que requiere el momento.
3. Abandono de la fe
La apostasía (el quebrantamiento teológico o ético de la fe que ha sido una vez entregada a los santos) es otra razón por la que los cristianos se separan. Demas fue una vez colaborador de Pablo, mencionado junto a Lucas (Col 4:14; Flm 1:24). Sin embargo, en la última carta de Pablo, encontramos este desgarrador informe: «pues Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica» (2 Ti 4:10).
Demas se ha convertido en sinónimo de aquellos que se alejan no por persecución o personalidad, sino porque el mundo reclama sus corazones y mentes. El amor por el mundo puede eclipsar el amor por Cristo.
En una era de debilitamiento doctrinal generalizado, no debería sorprendernos ver a algunos que vacilan en asuntos esenciales o abandonan la fe por completo. No obstante, ver a un hermano o hermana en Cristo alejarse de la sana doctrina siempre es doloroso.
Hacemos bien, por supuesto, en distinguir entre las diferencias teológicas que impiden la colaboración ministerial y las negaciones doctrinales que significan una apostasía declarada. Algunos desacuerdos pueden ser tan importantes que lleven a una separación de caminos y, sin embargo, no ser tan esenciales como para indicar un abandono de la fe.
4. Engaño espiritual
No podemos pasar por alto otra razón por la que surge la división: algunos líderes de la iglesia son charlatanes que buscan el beneficio propio. Considera a Simón el mago (Hch 8:9-24), quien vio el poder del Espíritu Santo y quiso comprarlo. Quería aprovechar el don de Dios para su propio poder y beneficio.
La iglesia de hoy también tiene su parte de impostores. Falsos maestros, predicadores de la prosperidad y oportunistas continúan explotando el evangelio para su enriquecimiento personal. La Escritura advierte contra aquellos que comercian con la Palabra de Dios (2 Co 2:17). Hacemos bien en apartarnos de los impostores.
Un desafortunado efecto secundario del engaño espiritual es un creciente cinismo entre el pueblo de Dios hacia los líderes fieles. Cuando los impostores son descubiertos, resulta fácil ver cada ministerio exitoso como sospechoso, cada líder conocido como un maquinador y cada aspecto financiero del ministerio como contaminado.
Cuidado con los contenciosos que confunden las categorías
Es importante tener presentes estas cuatro causas de división porque las personas contenciosas que se alimentan de la controversia a menudo confunden las categorías. En la última década, he leído varios libros y blogs que se proponen exponer a líderes respetados, solo para descubrir que rara vez se distingue entre conflictos personales, diferencias ministeriales y verdadera herejía. Parece que algunos nunca consideran que cristianos fieles y creyentes en la Biblia simplemente puedan discrepar sobre cuestiones de estrategia, teología o lo que la conciencia nos exige en un momento particular. La suposición es que cualquiera que no esté de acuerdo debe actuar por un motivo nefasto o por amor al mundo.
Es posible que cristianos fieles puedan discrepar sobre cuestiones de estrategia, teología o lo que la conciencia nos exige en un momento particular
Así, una ruptura estratégica (como la de Pablo y Bernabé) se trata como un abandono de la fe al estilo de Demas. Una disputa teológica se presenta como una estafa al estilo de Simón. Un conflicto de personalidades como el de Evodia y Síntique se exagera hasta convertirse en un escándalo mayúsculo.
Cuando no describimos con precisión la naturaleza de estas divisiones, difamamos a nuestros hermanos. Etiquetamos a ministros fieles del evangelio como impostores. Elevamos desacuerdos doctrinales sobre asuntos secundarios al nivel de cuestiones primordiales de ortodoxia y herejía. Aumentamos el cinismo y la confusión tan prevalentes en nuestro mundo. No es de extrañar que muchos estén espiritualmente agotados.
Necesitamos reconocer las diferentes categorías de división en la iglesia para no generar sospecha, corroer la confianza y debilitar nuestro testimonio. Temo que hemos creado un ecosistema donde la difamación se ha normalizado, donde atribuir motivos pecaminosos a un hermano o hermana es lo habitual, y donde las acusaciones vuelan más rápido que la verdad.
Discerniendo nuestras diferencias
La división entre el pueblo de Dios es a veces trágica, a veces necesaria y a veces evitable. La clave es el discernimiento: conocer la diferencia entre choques de personalidad, debates sobre filosofía ministerial, desviación espiritual hacia la apostasía y engaño espiritual.
La oración de Cristo en Juan 17 fue que Su pueblo fuera uno. No cultivamos esa unidad gritando «¡Unidad! ¡Unidad!» todo el tiempo o fingiendo que las diferencias no existen. Aun así, debemos mejorar en discernir cuándo la división es inevitable, cuándo es posible bendecir el ministerio de otro después de una separación de caminos y cuándo debe prevalecer la paz. También necesitamos mejorar en identificar y evitar a quienes explotan las divisiones en la iglesia y desacreditan a ministros fieles para impulsar sus propias agendas.
El acusador ya tiene suficientes piedras que lanzar sin que los cristianos recojan las suyas propias.