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La paz que todos anhelamos


Un rey, que amaba las artes plásticas, había extendido su reinado a base de conflictos bélicos,  organizó un concurso de pintura para que plasmaran en un cuadro una representación artística de la paz, que por muy poco tiempo había disfrutado en su reino, y que el ganador recibiría un jugoso premio y un título de la nobleza.

Más de un centenar de pintores se desplazaron, hasta el palacio real, desde sus lejanos países, para participar en ese concurso con la esperanza de obtener el primer lugar, para disfrutar así de los premios,  elogios y de los favores del rey.

Luego que los artistas terminaron de realizar sus respectivos cuadros, el rey comenzó a examinarlos detenidamente, admirando la habilidad de los pintores: Unos cuadros representaban la paz como un cielo azul, lleno de estrellas,  un bosque iluminado por el sol,  un maravilloso amanecer, una puesta de sol, un lago con aguas tranquilas y un río corriendo, así como también una variedad de cuadros que, a juicio de sus autores, representaban la anhelada paz, que buscaba y agradara al soberano.

Pero su alteza se fijó en un cuadro que representaba un pajarillo subido en una frágil ramita que sobresalía en medio de una catarata que vertía poderosos y ruidosos saltos de agua, y allí la avecilla, tranquila, gorjeaba su cántico, sin tomar en cuenta el peligro que le acechaba.

Ese fue el cuadro ganador, porque,  a juicio del rey, era el que mejor representaba la paz, por  estar esa avecilla tranquila y gorjeando, ajena a una tormentosa cascada. Comprendió que la paz interior es la más importante que la que se obtiene por medio de conflictos bélicos.

La  definición de paz,  en sentido positivo, es un estado a nivel social o personal, en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las partes de una unidad; y en sentido negativo, es la ausencia de inquietud, violencia o guerra.

En el plano colectivo, «paz» es lo contrario de la guerra estado interior exento de sentimientos negativos (ira, odio). Ese estado interior positivo es deseado tanto para uno mismo como para los demás, hasta el punto de convertirse en un propósito o meta de vida.

En estos tiempos que nos ha tocado vivir estamos viendo un mundo carente de paz, con millones de personas que se encuentran bajo un estado de crisis política, económica, familiar, de enfermedad grave, guerras y revoluciones, así como depresiones y no encuentran soluciones que mitiguen sus inquietudes. Se ha estimado que en el mundo solo ha habido 25 años de paz, pese a organismos internacionales como la ONU, la OEA,  que aspiran a la existencia de una perdurable paz mundial, lo que hasta hoy ha sido imposible.

Recuerden la denominada —erróneamente para algunos analistas— primavera árabe que guarda hoy un discreto silencio en países como Túnez, origen de las revoluciones de 2011, Yemen, Libia, Bahrein y Jordania. En Egipto, el recuerdo ha regresado de la mano del movimiento Tamarrud (Rebelión) y es usado por las Fuerzas Armadas para sustentar su reciente golpe de Estado. Siria, por su parte, camina hacia el abismo con más de 93.000 muertos a sus espaldas, y no ha habido forma de establecer la paz.

Esta paz que tanto nosotros necesitamos, no la que aspira el mundo, sino la espiritual, el único que la puede dar es el señor Jesucristo, quien se manifestó a este planeta como el Príncipe de paz. “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro, y su nombre será llamado Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”, (Isaías 9:6).

Durante su ministerio terrenal,  ¿qué dijo Jesús acerca de la Paz? Fueron muchas sus palabras alentadoras que nos llenan de gozo y de paz cuando dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana,” (Mateo 11:28-30).

Que maravilloso es cuando nosotros podemos disfrutar de ese legado tan hermoso que es la paz interior, que nos ha dejado Jesús. Al respecto dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. Que no se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”, (Juan 14:27).

Cuando leemos y meditamos en su Palabra, nos damos cuenta de los problemas que sufrimos en el mundo cuando somos azotados por cualquier tipo de crisis, pero   Jesús nos aconseja “Os he dicho estas cosas para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis tribulación. Pero no se desanime, yo he vencido al mundo“, (Juan 16:33).

Hay cosas que usted puede hacer para aumentar la paz, aunque sea como ese pajarito, que cantaba en una débil ramita en medio de una peligrosa y ruidosa catarata, como orar y alabar a Dios. El apóstol Pablo dice: “No se inquieten por nada, pero en toda oración y ruego, con acción de gracias, vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, (Filipenses 4:6-7).

También es importante para el creyente servir a Cristo, “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. El que así sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”, (Romanos 14:17-19).

Pero ante todo, cuan bueno es estar dispuestos amar a Dios y disfrutar de su amor, como el apóstol Pablo nos dice: “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros”, (2 Corintios 13:11).

Dios nos ha escogido para que obedezcamos, nos exhorta el apóstol Pedro: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Gracia y paz os sean multiplicadas”, (1 Pedro 1:2).

El mayor fracaso del cristiano es cuando quiere poner su confianza en hombres o en cosas materiales, pero cuando confiamos en nuestro Señor, podemos proclamar como lo hacía el profeta Isaías: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí,” (Isaías 12:2).

Pero que importante es cuando ponemos en juego nuestra fe en Dios para encontrar la anhelada paz que muchos buscan en las cosas del mundo y no la encuentran. Al respecto, el apóstol Pablo dijo: “Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, (Romanos 5:1).

Apreciados hermanos y amigos no debemos olvidar lo que dice el Apóstol Santiago: “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”, (Santiago 3:18).

Me despido de ustedes, amigo lector o lectora,  con esta bendición: “El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia: Jehová alce su rostro sobre ti y te conceda la paz”, (Números 6:25-26).” “Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos”, (Colosenses 3:15).


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